Me gustaría pensar que vamos a aprender algo de todo esto. Siempre he disfrutado parándome a mirar en cualquier sitio. Mi hábitat natural, quizás, sea un bordillo y una bolsa de pipas en la mano.
Mi corazón retumba desde hace días por lo que están sufriendo tantas familias, pero también por la cantidad de héroes y heroínas que cada día se ponen la capa. La capa de limpiar, la de curar, la de cuidar, la de transportar comida del campo a la tienda, la capa del señor del camión de la basura, la del soldado, la de la tendera que, aunque tiene miedo, me atiende, ahora más que nunca, con una sonrisa. Todos amables, todos solícitos. Diría que hasta cariñosos.
Me siento en mi bordillo – ese bordillo que llevo dentro – con mis pipas. Y observo que, de pronto, un montón de vecinas se quitan la bata, y se ponen la capa para cuidar a sus vecinos. Otros vecinos le suben las bolsas al señor del segundo. “Para que no se ponga malito“, les dicen a los niños. Le hacen los recados. Otros aplauden al aire, otros intentan animar al vecindario. Muchos regalan sus artes. Otros, como yo, solo observan. Y buscamos entre las ventanas a algún vecino que puede que necesite nuestra ayuda. Cuidando, en la distancia, a nuestros semejantes.
Mira. Observa. La sociedad se está quitando la máscara y se está poniendo la capa. De balcón a balcón. Nos estamos empezando a dar cuenta de que no somos nada sin los demás.
Estamos pasando de crisálida a mariposa. MIRA. OBSERVA